sábado, 23 de mayo de 2009

Dorada mediocridad

Horacio, bajo de estatura y gordito, de ojos negros y pelo abundante, era un hombre alegre a quien su epicureismo le transmitió un amor al placer que él mismo reconocía abiertamente.
Este individuo individualista y agudo, fue un hombre agradecido, lleno de gratitud, humilde y del que he aprendido mucho.


Horacio defendía que los seres humanos debemos disfrutar del amor y sacarle el máximo provecho, siempre con la cautela de que éste no nos llegue a esclavizar o perturbar.
Asimismo, supo ser fiel a su tan querida teoría sobre el "aurea mediocritas". No consumó grandes honores, fue feliz con lo que tenía y disfrutó intensamente de los pequeños pero constantes placeres que la vida le ofrecía: un buen vaso de vino, una mujer y un día soleado...nada más.

A parte de su teoría sobre la felicidad del término medio, Horacio fue un poeta de gran finura y agudeza mental (hecho que le destaca entre los grandes artistas de la poesía lírica romana).

De tal forma, desde que conocí su locus amoenus, beatus ille o la conocida aurea mediocritas (es decir, disfrutar de la vida y de sus placeres de una forma moderada, huir de los excesos, mantener la tranquilidad de espíritu, conformarse con poco y vivir el presente) he intentado tenerlo siempre presente para enfrentarme a la vida con optimismo y fuerza. Como Horacio, creo que en el término medio reside la felicidad aunque, por otro lado, considero que es imposible llegar a él completamente. Por lo tanto ¿No creo en la felicidad plena? Sinceramente, no. El ser humano debe conocer sus limitaciones y problemas para buscar el punto medio (o acercarse a él) y, así, acercarse y gozar del máximo bienestar.

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